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sábado, 9 de noviembre de 2013

EL PERALTE



Se denomina peralte a la curva trasversal que se da en las curvas propiamente dichas,   con el fin de compensar la  fuerza  centrífuga o inercia. y ella sí que tenía un peralte magnifico,  pues tuve que  pellizcarme varias veces en el antebrazo después de que ella me saludase con dos besos, en realidad me pellizque tan fuerte que la próxima semana tengo cita para que un cirujano plástico me reconstruya el antebrazo por culpa de mi inercia hacia delante 

Yo siempre dije que la nostalgia es necesaria y es lo que mueve al mundo y sobre todo sirve para que podamos volver a acostarnos con nuestras ex a pesar de su peralte 

Siempre es un placer ir a un sitio caro, pagar el triple de lo que algo vale y que encima te hagan sentir un idiota. Pero eso poco importaba puesto que la mujer de maravillosos ojos verdes  había rebajado  sinuosamente su peralte,  y eso casi valía cualquier suerte de humillación.

Al bajar del coche casi encima de la arena de la playa, la vista era magnifica,  en el horizonte, un suntuoso navío se hacía escuchar con autoritaria música de trombón, y Las gaviotas, allí en lo alto, con sus lastimeros graznidos, avizoraban sus argentadas presas, mientras yo hacía lo propia con la mía 

La había conocido la noche anterior en un Pub de moda del centro  y pese a las limitaciones idiomáticas, intercambiamos fluidos como cándidos quinceañeros.

Cuerpo altivo, talle menudo, liso cabello atezado, hocico romo, párpados caídos, rasgados ojos de perenne estreñimiento y piel de porcelana, nívea tal pollastre del Carrefour.

Era China. Quizás camboyana o vietnamita.  Coreana tal vez. No lo recuerdo pero esa mujer  despertaba los vetustos secretos de nuestra existencia, los más brumosos legados de la simiente de los troglodíticos primates e incontroladas erecciones ecuestres.

Ella poseía la lujuria de una venus oriental, era la cacique de la sensualidad, emperatriz del erotismo, sus pechos descollaban con un busto casi perfecto, heleno, ubérrimo. El escote que los adornaba abrazaba delicadamente unos pezones que se adivinaban pétreos, exuberantes y perfectamente cilíndricos bajo la pulcra tela de la camisola de colegiala.

Mientras su mirada escrutaba mi pecho y continuaba bajando,  su grácil melena era brizada por el viento, y su rozagante flequillo, leal confidente, abrazaba su albina frente, la contemplé con deseo, impudicia, liviandad.

Su mano bajo de mi pecho hacia el abultado paquete  y nuestras fogosas miradas se encontraron y bailaron un chotis interminable, mientras nuestros cuerpos se aproximaron cada vez más y las cinturas, isócronas, esbozaron una soldadura carnal.

Mis dedos se movían sorprendentemente ágiles, veloces, llenos de vital entusiasmo por el liso vientre que convergía en el oscuro monte de altos y negros ciprés, sus posaderas firmes y epicúreas, embaladas por tersas medias sensuales y finas, se descubrieron y emergieron como lo hace día tras día el sol por el oriente.  Parecían ondear y levitar con bravura.
Sus caderas sinuosas, con un arte que envidiaría la más marrana de las danzarinas, esbozaban un velludo isósceles, empapado de secreciones libídines.

Hipnotizado por aquella apertura vaginal, acaricié su pubis, deslizando con maestría mi dedo índice hasta localizar el punto adecuedo.

Note una mano en mi hombro, y escuche :  está en verde!   a que esperas,  …….
Me di cuenta entonces que el semáforo había cambiado,  y que el peralte de la curva seguía estando en el mismo,  esperando alguna inercia para saltárselo

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